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martes, 6 de enero de 2015

Los tres ladrones



Estaba por dormirme cuando un ruido de pasos me llenó de miedo. Alguien entró en mi casa en la oscuridad. Yo ya había mirado abajo de la cama cuando dejé mis zapatos, antes de acostarme. Mi mamá me dio un besito y apagó la luz. No me quería dormir. ¡Bah!, quería dormirme pero no podía.
Cuando oí esos pasos, me tapé hasta la cabeza con la sábana. Pensé en llamar a mis papás desde la pieza, desde abajo de la sábana. También pensé que podría ser mi papá el que estaba armando ese bochinche que me asustó tanto. O mi mamá. Pero, ¿por qué no encendían la luz para hacer lo que tenían que hacer?
A veces escuchaba ruidos raros que venían desde su cuarto, y con la luz apagada. Pero, como al otro día estaba todo bien, hasta mejor... ¿a mi qué me importaba? Aunque nunca me gustó ese barullo. ¡A la hora de dormir, hay que dormir!
Pero esta vez los ruidos no venían de la pieza de papá y mamá. Además no eran los mismos ruidos.
Ya estaba a punto de gritar, pero me di cuenta -porque yo soy muy inteligente- que si lo hacía, el ladrón me iba a descubrir. En una de esas ya lo había hecho y estaba parado cerca de mi cama, del otro lado de la sábana, con un cuchillo en la mano. O un revólver.
Entonces grité. ¡Bah!, quise gritar pero no pude. Mi boca se abría como la de un cocodrilo pero no salía nada por el agujero.
Escuché un ruido fuerte por ahí, cerca de la cocina. Como de vidrios rotos. Pensé si mi grito podía ser ultrasónico. Pero en seguida oí que decían una palabrota en voz bajita. Era la voz de porquería de un hombre. Para mí que el ladrón se había golpeado los tortículos contra alguna silla, o la mesa, o qué sé yo...
Yo quería asomar la cabeza pero no me animaba. Era mejor esperar.
Se me ocurrió llamar a Colita, pero no podía hacer el huequito en la boca para que saliera el silbido. -¡Fhiu...! ¡Fhiu...! -Pero salía aire sin ruido. Con lo que me costó aprender a silbar. Me enseñó mi abuelo. Hasta “La Cumparsita” entera me sabía silbar. Y en ese momento, ¡ni Fhiu... me salía!
Además, no podía saber si Colita me podía escuchar porque seguro que estaba encerrada en el cuartito del fondo. Porque mi mamá me había dicho que a Colita le pasaba algo que no sé qué. Que no la podía dejar que se le acercaran otros perritos porque no me acuerdo qué cosa me quiso decir mi mamá que no entendí nada. Me dijo: “Angelito, hay que cuidar a Colita porque está en celo". Yo no creo que estuviera celosa. Para mí que los otros perritos tendrían sarampión. Igual era por unos días nada más. Y que mi perrita iba a estar bien. A mí me habían encargado darle de comer y llevarle agua hasta que pasara eso. También mi mamá me había dicho que mi perrita estaría "fuera de peligro" -esas palabras usó mi mamá- antes de que a mí me bajara la fiebre. Porque yo también tenía sarampión. En una de esas se la contagié yo, ¡pobre Colita!
Así, de golpe, algo me dejó sin respiración. Oí dos voces al mismo tiempo. Eran dos los ladrones. Y oí otro golpe y escuché la voz de porquería de una mujer que dijo una mala palabra por el golpazo que se pegó. Pero... ¡si las mujeres no tienen tortículos...!, ¿ma’ dónde se golpeó ésta...?
La cuestión que eran dos, un hombre y una mujer. Pero eso no es nada, porque escuché que decían algo de que Angelito se iba a dar cuenta... ¿¡Y cómo no me iba a dar cuenta si los había descubierto tratando de robar!?
Si mi papá estuviera despierto los correría con la escopeta, ésa que era de mi abuelo. Y otra que Angelito ni Angelito -pensé, desde abajo de la sábana-.
Entonces lo llamé: -¡Papá! ¡Papá! -y nada. No me salía una palabra. ¡Se iban a robar todo y yo no podía hacer nada! Hasta que escuché gritar a Colita (como cuando le pisás la cola sin querer).
-¡Ah!, no. ¡A Colita, no! -grité; y ahí, sí que se escuchó. -¡Con Colita, no!
Tiré la sábana al suelo y salté de la cama más rápido que un rayo.
Corrí hasta donde estaba colgado mi guardapolvo y saqué la gomera de uno de los bolsillos. Pero me di cuenta que no tenía piedras porque mi mamá me las sacaba siempre, porque decía que me rompían los bolsillos. Tenía el arma pero me faltaban las municiones. Pensé en los soldados de las películas, pero a mí no se me ocurría nada. Colita estaba en peligro, robarían toda mi casa y yo sin municiones. Entonces me acordé de las bolitas... con la 'lechera' le podía hacer un agujero así de grande en la cabeza a los ladrones. Pero las había perdido todas el sábado pasado con mi primo Alberto. Es más grande que yo, ¡y tiene una fuerza...! No me dejó ni una. Le voy a pedir que me las devuelva, por si vuelven a entrar más ladrones; aunque sea la lechera...
Pero yo también soy fuerte -pensé-, y soy inteligente.
Me acerqué hasta la puerta y asomé la cabeza a la altura del piso. Escuché que hablaban despacito, como en secreto. ¡¿Y... se reían?!
-¡Colita! ¡Colita! -grité.
Oí un ruido en la cocina. Y pasos que iban y venían. -¡Colita!
Era un bochinche cada vez que llamaba a mi perra. Se ve que me tenían miedo. -¡Colita! -volví a gritar, pero con voz más gruesa, como la de papá.
Esta vez se asustaron más porque no oí más ruidos.
-Se fueron -pensé-, ¡los hice escapar del miedo!- Pero, ¿y si estaban todavía ahí...?
Me fui gateando por el pasillo, sin hacer ruido. Pegadito a la pared. Cuando llegué al agujero de la puerta asomé la cabeza a la altura del piso. Dos ojos más grandes que una casa brillaron cerquita de mi nariz y unos dientes filosos... Un terrible monstruo me respiró en la cara.
-¡Papaaaá...! -grité con toda la fuerza que tenía.
De un salto crucé el pasillo y cuando pasé por la puerta de la cocina vi tres sombras o bultos tratando de esconderse. Sí, eran tres los ladrones. Y andaban en bicicleta. Porque había una bicicleta. Y también estaba Colita. Porque los ojos y los dientes del monstruo que vi eran los de Colita, pero al principio no me di cuenta porque estaba lleno de miedo. Y cuando llegué a la pieza de mi papá y mi mamá, prendí la luz y ellos no estaban. ¡¿Y qué iba a hacer?! ¡Estaba solo!
Agarré la escopeta que mi papá tenía escondida en el ropero, la que era de mi abuelo, y me fui para la cocina.
Apunté el cañón en el agujero de la puerta y grité: -¡Correte Colita! -Y empecé a los tiros. ¡Bah!, dos tiros. Con el primero maté a los tres ladrones, siguió y rompió toda la ventana. Con el segundo hice un agujero en el techo, justo arriba de donde me caí sentado.
Colita empezó a chumbar, y entre el ruido de los vidrios rotos y el humo de la escopeta apareció mi papá gritando -¡Angelito! ¡Angelito!
-¡Los maté!, papá. ¡Los maté a los tres! Miren la sangre en el piso.
Mi papá me sacó la escopeta de un tirón. Y escuché a mi mamá que lloraba. Y cuando prendieron la luz lo vi a mi tío al lado de la ventana, temblando, agachado detrás de la bicicleta de los ladrones. Y Colita que chumbaba y corría por la cocina...
-¡Los maté a todos, papá! ¡A los tres ladrones...!
Me abrazaron y empezaron a entrar los vecinos, todos en pijamas, y yo seguía gritando y Colita seguía chumbando...
Me llevaron a la cama. Y yo no escuchaba nada porque no se les entendía lo que decían, porque lloraban y hablaban entre ellos y los vecinos que preguntaban qué había pasado y Colita que chumbaba y tenía la cola manchada de sangre.
-¿La maté a Colita también?
-¡No! -me gritó mi papá-. Voy a hacer bosta la tele -le gritó a mi mamá-. Te lo dije quinientas veces- gritaba mientras me llevaba de una oreja a mi pieza. Porque yo había vuelto a la cocina. Y siguió gritándole a mi mamá que la iba a hacer pomada (a la tele) si no me ponía horarios...
Cuando me quedé solo en mi pieza, aturdido por los tiros, los gritos de papá, Colita y la oreja que me dolía, fue cuando los vi...
Al lado de mi cama, junto a un montón de pastito y un platito lleno de agua, lustraditos esa misma noche antes de acostarme, mis zapatos, los más nuevos, brillaban a la luz de la luna. Y a su lado, el reflejo de una bicicleta nueva.. Ahí entendí todo. Pero al darme cuenta de mi error, me lo callé para siempre.
Unos días más tarde, mi papá me dijo: -Sabés Angelito -y se le hizo un nudo en la garganta-, los Reyes Magos no existen.
¡Y cómo no lo iba a saber, si yo los había matado!




Dedicado a                         Melchor               Gapar       y       Baltasar





Autor: Cristian Crucianelli

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Face: Cristian Cine Nauta