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viernes, 12 de diciembre de 2014

Fumata en dos colores y el sol del Sur...


Fumata gris, llueve sobre la Plaza San Pedro. Las banderas no pueden detener la lluvia y las gotas se detienen en sus bordes sin llegar a caer... esperan el gran momento del anuncio de la elección de Dios. Sigue la expectativa, la chimenea tarda en elevar su mensaje níveo. Niños miran al cielo sin palomas: quieren ver el futuro. Ancianos ven su pasado, largo, como un camino largo de un laberinto desenrollado de tanto recorrerlo. Desean saltar sus paredes y volver atrás. Pero la fumata todavía es gris, así es gris la espera; cada vez más parduzca, cada vez más negra. Las banderas están por desprender su llanto. Una de ellas mueve sus alas celestes hacia el sur, sabe que algo importante puede pasar. Puede pasar ahí, en la Plaza de San Pedro, y puede pasar en los mástiles del sur, sufridos, desnudos, desabrigados. Dios por mucho tiempo golpeó ese trapo contra las cuerdas, las puso tensas y la tela se fatigaba contra los metales con ruido sordo... en las casas gubernamentales, en las canchas, en los potreros de pelotas de medias agujereadas, en los patios de los colegios, en cada una de sus almas argentinas bañadas de sol sonriente partiéndola al medio como una sonrisa boba parte la cara que quiere ser feliz. Esa bandera que suele ser remolona o temerosa, quizás, esa que sube un metro y vuelve a bajar unas cuantas palmas, en la Plaza San Pedro, no se esconde, y brilla en su vuelo (el más alto) sostenida por las manos de un pueblo que no baja sus brazos, que no baja sus banderas. La fumata, como un espiral de un gran habano de tabaco mojado no atraviesa la nube más baja, no se atreve a elevarse más alto que la bandera más alta. El humo se avergüenza de si mismo y desnuda su color. Palidece de angustia y se entrega. Los niños, los ancianos, hombres y mujeres, saben que Dios por fin a posado su mano en sus hombros; los acaricia, uno por uno... y se atreve a salir por la curva chimenea. Blanco ahora, sí, ahora el humo es blanco... Tampoco sube al cielo, sus volutas sobrevuelan sobre los rostros de los niños, se arrastran sobre las canas de los viejos. Y llegan a destino. Se posan y concentran todo su humo en el pecho inflado entre celeste y celeste, donde lo recibe una sonrisa tímida con rayos de estrellas. Finalmente, todas las miradas se dirigen al gran balcón, las lágrimas contenidas al filo de las banderas de todo el mundo, están por desprenderse hacia su destino. Muchas quedarán suspendidas en el aire. Otras, las que albergan ese sol que pudo haber sido asesino, caerán, caerán en cada ojo argentino.
Se abre la gran puerta. Un cardenal sarmentoso y de palabras dudosas, como las del agua de una cascada en tiempos de sequía, mirá a la multitud y dice:
"Annuntio vobis, gaudium magnum, Habemus Papam". 

Luego, la historia continua, la historia ya no importa. Porque, eso, eso es puro cuento.






Autor: Cristian Crucianelli


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Face: Cristian Cine Nauta