El río corre silencioso bajo las sombras de
las nubes. Una luna moribunda se adormece en el cielo agrietado del amanecer.
La helada comienza a levantarse, mezclándose con la bruma quieta del río. Puede
oírse a la distancia el chapoteo de remos hundiéndose en el agua. El sol emerge
gélido, perezoso, con sus primeros rayos tímidos atravesando el bosque. Las
campanas de la iglesia despiertan el sueño de los pobladores, con sus golpes de
hierro frío.
En una granja cercana, una comadre se afana
entre las piernas abiertas de una mujer, sus manos humean ensangrentadas. El
muchacho corta leña detrás del establo. Se escucha el ruido del hacha golpeando
la madera, y, entre golpe y golpe, las voces de las campanas resuenan metálicas
en el aire. Los gemidos dentro de la casa detienen los brazos que parten leños
cubiertos de escarcha. El joven marido, hacha en mano, entra presuroso a su
casa. Del norte, ennegrecido por un cielo bajo, surge el viento en forma de
nevisca. El humo de las chimeneas se escapa hacia un sur, aún más lejano que el
horizonte. Puede percibirse el acre olor de los maderos húmedos ardiendo en los
hogares, o el del pan tostándose en los hornillos.
En la granja, un grito animal estremece al
caserío. Los vecinos se acercan. La nieve comienza a caer cubriendo poco a poco
las calles y los tejados. El muchacho sale de la casa con el hacha apretada en
sus manos. Clava sus pies en el lodo. Lodo y nieve. Nieve y barro. Corre,
corre; cruza el puente y corre junto al río. La nieve cae y se disuelve en el
agua. El corre resbalando a cada tranco en la nieve acumulada en la orilla. Un
grupo de campesinos reunidos junto a una gran fogata tratan inútilmente de
detenerlo. No responde a
sus gritos. Corre por la orilla
del río. A través de la cortina de nieve puede ver la escalera de la iglesia.
Corre. Abre sus puertas y cae de rodillas gritando: "Silencien las campanas. Mi niño ha nacido bobo".
El filo del viento lleva las palabras a toda
la aldea. Se acallan las campanas. Nieve sobre la nieve, barro sobre el barro.
La nieve cae en silencio bajando del cielo
su tristeza. Dios también está hecho de barro.
El muchacho llora en la iglesia levantando
el hacha hacia Jesús crucificado. Mientras tanto, del otro lado del río, en la
granja, una hembra acurruca en sus brazos al niño. Su lengua hinchada aprieta
el pezón, de donde sale el cálido líquido.
En la iglesia, el joven padre parte en pedazos los maderos de Jesús crucificado.
Autor: Cristian Crucianelli
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