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jueves, 20 de junio de 2013

Suicidio



  Te vas, mujer. Llegó la hora.

  Tu mano acaricia y duele. El  último  beso tiene sabor a no ser el último. 

Llorás. Yo no puedo. Todo mi  cuerpo  es  una  lágrima congelada. 

   El futuro es tiempo de dolor conjugado en tu nombre; la proyección de una 

ausencia tirana. El pasado es un recuerdo maldito; cuanto más dulce, más 

amargo. El presente...  el presente es el arrepentimiento de haber sido feliz.

   Te vas y yo quedo. Te vas, el mundo es tuyo. Yo quedo en ningún lugar, en 

este sitio sin nombre. Mis pies no tienen donde apoyar su errática quietud. Se 

hunden en tierra blanda. Para mí quedará un sólo e inmenso camino; un gran 

desierto sin senderos, y yo un punto que brilla perdido en una mancha negra, 

inacabable.

   No nos diremos adiós. A Dios le haré rendir cuentas por haber creado este 

momento. 

   Escucho la sirena de todos los barcos llamándote y mucho lamento no haber 

nacido sordo. No lloro, porque no puedo, pero el hielo se quiebra silencioso en mi 

interior. Algo parecido sucedió, cuando alguien que ya no soy, fue arrancado de las 

entrañas de su madre.

   Hay en tu corazón un armario de vieja madera con infinitos cajones, buscá aquél

en que se lea la palabra ‘olvido’. Guardame en él y cerralo para siempre. Arrancá 

todas las etiquetas y arrojalas al mar por la popa de tu barco. Que la profundidad 

de los océanos las guarde como un tesoro que jamás, pero jamás, será hallado.

   ¡Alejarse, alejarse…! 

  Cuando sueltes el último abrazo arrancarás mi piel, y mis huesos quedarán 

desnudos, temblorosos.

  No  te  vuelvas a  mirarme.  Nada  encontrarás  si lo hicieras,  nada...  Yo volveré 

mi vista atrás, donde mis ojos queden ciegos, buscando a tientas en un miasma 

oscuro, el mejor de mis recuerdos.

   Luego...  mi memoria cometerá un suicidio.






                                                                            Autor: Cristian Crucianelli

cristian_crucianelli@yahoo.com.ar
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