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martes, 5 de junio de 2012

4 de Febrero 9.04 PM


¿Por qué te asustaste al verme, si en una noche de febrero pusiste en mis manos una espada para ahuyentar monstruos de palabra y fantasmas prestados? 
Fueron cinco años sin vernos...
Durante cinco años afilé la espada, la templé y cada día la empuñé. Mis dedos se agarrotaron hasta oxidarse casi sangrantes en la cruz de la empuñadura. Ahora yo soy la espada, ahora soy la cruz. Y aunque monstruos y fantasmas no existen, hay quienes gritan y profieren por ellos... patéticos susurrantes de la noche. 
Tranquila, tranquila, niña. Esperame. Estoy yendo para allá (jamás dejé de hacerlo). Y cuando finalmente llegue -con amor-, voy a cortar el ruido de sus malditas palabras. Y, por cada una de tus lágrimas, separaré una a una las letras, hasta que resuenen como sonrisas en el aire de tu cielo. Para mí, para mí puede que las sonrisas se confundan con llanto, como el de aquella noche de febrero en la que me elegiste o aquel llanto bobo de cuando, por primera vez dijiste 'papá', y yo me di vuelta sin que nadie haya dicho mi nombre...






Autor: Cristian Crucianelli

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