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miércoles, 30 de mayo de 2012

Lunes, miércoles y sábado por medio


   Hoy fue un día especial. Me desperté pensando en vos. Me bañé. ¿Cuándo no me despierto pensando en vos? Me lavé los dientes. No me puse perfume. Me afeité una vez, dos veces, tres veces. Sé que no te gusta mi barba; te pica, te pincha. También sé que no comprendés muchas cosas... ¿Y por qué tendrías que comprenderlas, mi bebé? ¡No, todavía no! 
Me queda poco tiempo. 
Yo tendría que comprender más. Pero no puedo. Yo tendría que responder a cada pregunta que me hacen tus ojos. A veces siento vergüenza; a veces la esperanza de que llegue el día...
Hoy es un día especial. Vine a casa de tu mamá, a tu casita y estuvimos juntos y jugamos juntos y para vos el tiempo era un payaso que te hacía reír y para mí un espantapájaros señalándome la puerta de salida. 
Tengo poco tiempo. 
Con mis brazos te hago un nido en mi pecho. Tus ojos me interrogan. Y yo me pregunto si sabrás quién soy. 
Llorás. Te arrullo. Te canto una canción que a mí me cantaron hace mucho tiempo. 
Pero el tiempo es poco. Tus ojos se cierran mirándome. Dos lágrimas no quieren irse, y creo saber por qué. Estás dormida. Es tiempo de irme. Entonces, sin que te des cuenta, aprieto mi mejilla en la tuya y te pincho con mi barba. Quizás, las lágrimas, que lo vieron todo, sean indiscretas. Ojalá te cuenten quién es el culpable de las cosquillitas que aún recorrerán tu cara, cuando te despiertes y yo ya no esté. 







Autor: Cristian Crucianelli

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*Todos los derechos reservados





sábado, 26 de mayo de 2012

Agua

Veo en lo alto tu brillo, ese que enceguece y quema imitando al sol. No cierro mis ojos, ya no hay nada que quemar. Soy un extraño animal que ya no piensa, no escribe, que ya no lee. Sólo siento. Siento ese dolor amable que me adormece, que apaga las llamas de todas mis velas, pero olvida la última, la que en la penumbra no me deja estar vivo, no me deja estar muerto. Tanteo en mis recuerdos; los invento. No puedo permitir que lo hermoso del ayer venga a perturbar una realidad distinta. No escucho el grito de los niños con su pelota ni el canto de las niñas meciendo a sus muñecas. Imagino un mundo yermo, sin niños, ni uno sólo; pero al verte sentada sobre el alto muro de la injusticia estirando tus bracitos hacia mí, los veo a todos, mi niña, a todos los niños del mundo jugando en rondas en los campos verdes. Y es ahí, mi pequeña, cuando tus brazos desde lejos están a punto de tocarme, cuando soy lo único que ven tus ojos, es en ese momento que los míos se enturbian hasta perderte. Es que no puedo ver a través del agua.


Autor: Cristian Crucianelli




miércoles, 16 de mayo de 2012

Sopla el viento

Deseo volver a tocarte la mejilla. Sí, ésa, la misma de aquella vez. ¿La otra? No, la otra no hace falta, bebé, no la ofrezcas... ¿Quién se va atrever a golpearla estando yo tan cerquita? Todavía llevo tu perfume; me persigue, y yo me dejo atrapar. Es que el olor de tu piel es mi piel... aunque te hayan dicho lo contrario. La mía es un cuero duro y resentido a fuerza de látigo y látigo. Estoy sangrando, mi niña, pero no se ve. Los golpes rebotan adentro y sacuden las entrañas, aprietan en la entrepierna. Ya no escucho otra cosa y los golpes se redoblan como campanas malditas, el corazón un badajo y el pecho no es de bronce, ¿sabés? Se está quebrando todo; tiemblo, lloro, grito, sangro. Rompo a los amigos, armo a los enemigos... y ya no puedo escuchar a nadie, porque no hay peor sordo que aquel al que le robaron la música de tu voz. Pero no nos pongamos tristes. ¿Te cuento un cuento? Había una vez un árbol... Me quemo, tengo frío, me asfixio, me ahogo, me duele, me duele, me ahogo, adiós, bebé, adiós... Sopla el viento, me persigue, me alcanza tu perfume, respiro y vivo.

Autor: Cristian Crucianelli